samedi 13 septembre 2014

El cerebro humano


Una mañana de infancia, mis papás me llevaron de visita a la casa de su comadre. Jugando en el piso, me encontré por casualidad con un curioso objeto. Una placa con dos huecos planos que se internaban en el blanco repello de cal de la pared. Con la curiosidad propia de cualquier otro niño, me dispuse entonces a introducir mis dedos en aquellos misteriosos huecos. Al verme, la comadre me previno inmediatamente: ¡Víctico!, no vayas a meter los dedos en el toma que te va a patear. ¡Eso no tiene patas!, respondí yo. Aunque mi respuesta no era ilógica, por experiencia propia o ajena, mis mayores tenían claro el peligro que encerraba la "patada" que podía recibir. Para mí, ignorante de aquel riesgo, tenía más sentido preguntarse: ¿Dónde estaban las patas de las que me hablaban? Aquella placa no tenía ningún parecido con un burro o animal similar. Con risas cariñosas, me explicaron que aquello era un tomacorriente y que las patas eran corriente eléctrica y que puede matar. Aunque la respuesta bastó para impedir mi impulso de meterle los dedos al tomacorriente, lo cierto es que sobrevivió en mí la curiosidad de saber qué eran las patas de la electricidad.
Esta anécdota, quizá trivial, pone de manifiesto una diferencia fundamental entre lo que aceptamos como conocimiento común, a saber popular, y la búsqueda de conocimiento científico.

El órgano más complejo del cuerpo humano es el cerebro. Por siglos, se consideró que toda nuestra razón y sentimientos residían en el corazón. Es un pensamiento natural; pues son los latidos del corazón los que elevan su voz cuando experimentamos emociones diversas. En comparación, el cerebro solo lo percibimos, de modo latente, cuando nos duele la cabeza. Sin embargo, es nuestro cerebro el que traza la raya entre nosotros, los seres humanos, y los demás seres vivos del planeta.

Desde el punto de vista evolutivo, los humanos poseemos tres cerebros. El más antiguo es el cerebro reptiliano; denominado así porque es, en esencia, el mismo que poseen los reptiles. El cerebro reptiliano se encarga de controlar las tareas básicas que necesitamos para sobrevivir: respirar, regular la temperatura corporal y guardar el equilibrio. En él también residen instintos primarios de supervivencia como la agresividad y el temor ante situaciones percibidas como peligrosas. Sigue el cerebro mamífero también llamado límbico en el que se almacenan recuerdos de experiencias y se las clasifica en agradables y desagradables. Este es el cerebro que controla nuestras emociones. Literalmente hablando, los cerebros reptiliano y mamífero son nuestro contacto directo con el mundo que nos rodea. Finalmente, está el neocórtex, o isocórtex, que es el recién llegado evolutivo. El neocórtex es el cerebro humano. En el cerebro humano reside nuestra capacidad intelectual, la habilidad de comunicarnos a través de un lenguaje, nuestra imaginación y nuestra conciencia.

Aunque el neocórtex ocupa la mayor parte de nuestra cabeza; i.e. su masa corresponde al 85% de la masa cerebral, la información que recibe del mundo exterior está filtrada por los cerebros reptiliano y mamífero. De allí se desprenden nuestras célebres batallas entre el corazón y la conciencia. En consecuencia, puede decirse que pensar no es, literalmente, nuestro primer impulso como seres humanos. Pensar, desde el punto de vista intelectual, no es nuestro primer recurso de sobrevivencia.

Un experimento que muchos, de manera inconsciente, realizan cada fin de semana, pone de manifiesto la funcionalidad de nuestros tres cerebros evolutivos. El consumo de alcohol adormece el neocórtex. De hecho, el alcohol sería el analgésico ideal sino fuese por sus nocivos efectos secundarios. Las moléculas de etanol viajan a través del torrente sanguíneo directo hacia los receptores neuronales del neocórtex y se encargan de inhibir interacciones químicas fundamentales que permiten su funcionamiento e interacción normal con los cerebros reptiliano y mamífero. Con la saturación paulatina de tales receptores neuronales, los cerebros reptiliano y mamífero van tomando el control de nuestras acciones. Es por eso que. la mayoría de los seres humanos, a medida que se van emborrachando comienzan a dejar fluir sus emociones y a perder sus inhibiciones. El cerebro humano se va quedando callado y con ello "Pepe Grillo" deja de grillar. Dado que cada cabeza es un mundo, algunos al emborracharse tienden a volverse agresivos; ¡cerebro reptiliano al mando!, mientras que otros lloran, ríen y prometen en medio de nostalgias; ¡cerebro mamífero al mando! Otros, como el famoso Edgar Alan Poe pueden potenciar su vena literaria consumiendo alcohol mostrando cómo el adormecimiento parcial de su neocórtex dejaba escapar por su pluma sus más profundos temores a través de lúgubres historias de alto valor estético y profundidad literaria.

El conocimiento científico está basado en una confrontación de lo que pensamos y la realidad de los hechos. A diferencia de las creencias, la ciencia nos obliga, quizá de manera inclemente para "el alma", a abandonar aquellas ideas e intuiciones que no se ajustan a la realidad de la experimentación a pesar de lo mucho que creamos en ellas o que deseemos que sean ciertas. Con mucha frecuencia, el conocimiento común; lo que todo el mundo sabe, se convierte en un obstáculo para realizar nuevos descubrimientos. Volviendo al principio de este escrito, si bien todos sabemos que la corriente "patea", la explicación escueta de que patea porque tiene electricidad coarta una comprensión profunda del fenómeno detrás de tales patadas. En este sentido, es el cerebro humano quien prima como juez y arquitecto del conocimiento científico pues la salida fácil, y, de hecho, de menor costo energético, es aceptar que las cosas son como son porque sí está profundamente arraigada a los cerebros reptiliano y mamífero. Aunque todo buen científico requiere de cierta chispa de pasión y aprecio por su labor (lo que proveen los cerebros reptiliano y mamífero) es su capacidad de discernir y construir de manera racional explicaciones que correspondan a la realidad lo que le permite avanzar en su búsqueda de la verdad.

A diferencia de nuestros cerebros reptiliano y mamífero, las exploraciones del cerebro humano trascienden los sentidos y pueden ahondar la realidad imperceptible de la naturaleza cuando se usa el método científico como brújula de navegación. Ello ha sucedido innumerables veces en la historia de la ciencia y ha contribuido a que, por ejemplo, el autor de estas líneas esté usando un computador portátil en vez de lápiz y papel para escribir. Es más, en un giro fascinante de la evolución, nuestro cerebro humano ha usado y está usando las herramientas de la ciencia, que él mismo creó, para explorar su naturaleza misma. ¡Qué gran prodigio de la naturaleza!



@vigabalme