jeudi 14 février 2013

San Silvestre

Me produjo alegría el saber que el circuito de la San Silvestre Salmantina pasaba al lado del célebre río Tormes; se me vino a la cabeza la imagen del ciego y su lazarillo, aunque admito que ya olvidé la historia original y dudo si es que el lazarillo era un pilluelo o si el ciego era un explotador que lo maltrataba. Además, esa primera vez que participé en la carrera todo sucedía en mi cabeza como en una película en cámara lenta; preso estaba, a la vez, de una ensoñación y de dudas por saber si sería capaz de finalizar recorrido. Por eso, ahora supongo que, en ese entonces, mi paso de trote era más parecido al de una tortuga renga que al de un atleta convencional. Así pasó la Salmantina 2008 entre sueños y memorias de disfraces corriendo a mi lado, memorias ahora gastadas.

¡Viva San Silvestre!, gritaban los pseudo-presbíteros que corrían portando en sus hombros la imagen del santo patrono de la carrera. Los vi pasar con admiración, mientras a mi lado andaban las raudas macoteranas y grandes amigas que me permitieron participar en la XXIX edición de la Salmantina. Al grito de ¡Viva!, respondimos todos, incluso yo que confieso no tener fe en santos. Pero, el júbilo del momento dio para eso y más. Mi admiración para estos corredores que conservaron un raudo y entusiasta paso por los casi 10 km de la carrera.

A diferencia de cuatro años antes, esta vez mi paso era seguro y realista. Ya nada estaba envuelto en esa mágica capa de obnubilación de antes. No había prisa por saber si llegaría a la meta. Las cuestas y las bajadas quedaban atrás, así como la fastuosa Plaza Mayor; donde los bustos de grandes escritores quedaban como testigos de la masa trotante que avanzaba sin cesar hacia su destino final. La vida resplandecía en un cielo azul firme y de luminosa bondad. Las sonrisas se mezclaban con el sudor, el folklore, y la gentileza y los saludos de los niños y los grandes detrás de las vallas.

Al final, me separaron de mis compañeras de lucha. Mamá Rodríguez e hija Dosuna pasaron la meta y salieron en las fotos oficiales, mientras yo, ¡por mi mala cabeza!, pasé a un lado compartiendo el destino de los espontáneos sin dorsal. Aún así, una gran satisfacción iluminó de sonrisas mi rostro. La Salmantina no acababa allí, se prolongaría en una generosa mesa junto a los integrantes del club de atletismo de Macotera. En medio de un jolgoríoso ambiente, los cálidos personajes me amenazaron con visitarme, en numerosa cantidad, un día de estos en Colombia. Ya veremos si el grito de ¡Viva San Silvestre! se escucha alguna vez en estos lares.